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La Leyenda

Sentados alrededor del fuego al terminar el día, durante largas noches de invierno, los antiguos habitantes de esa isla que el estrecho de Magallanes separa de la Patagonia contaban historias. Historias que explicaban el origen del hombre y del universo, historias de animales, de astros y de héroes; historias de amor y de luchas, de poder y de venganzas. Historias que fueron recogidas por viajeros, por antropólogos y misioneros que convivieron entre los Onas y Yaganes y conocieron su fascinante concepción del mundo y de la vida. Todo el misterio y la belleza de la Tierra del Fuego se hace presente en estas leyendas que con su luminosa magia nos ayudan a descubrirla. Entre una de estas leyendas, rescatamos una especialmente bella que fue la que dio origen al nombre de nuestro Jardín.

 

La leyenda de los planetas solitarios

"Dicen los onas, que en un tiempo muy lejano todos los planetas fueron hombres, varones solitarios que nunca se habían juntado con mujer alguna.
Uno de ellos se llamaba Nana Kenaye y convivía con otros hombres en tierras
agradables. Era un maestro en la caza y un hombre justo, de modo que todos lo querían y les gustaba estar en su compañía.
En un día triste Nana Kenaye murió y fue llevado al cielo, donde se convirtió en la estrella vespertina que es en realidad el planeta Venus. Dicen que todas las tardes se apura a mostrarse por ver si avista desde el cielo la compañera que no encontró mientras vivía en la Tierra."

 

"Leyendas de la Tierra del Fuego" - Arnoldo Canclini

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